miércoles, 25 de noviembre de 2015

La cíclica historia




—Aquí tiene su café —dice la niña y pone la pequeña taza de plástico frente al oso que, imperturbable, permanece sentado de forma rígida mostrando las plantas acolchadas de sus patas—, tenga cuidado que quema —le advierte— ¿Y el trabajo, cómo va? Cansado, ¿verdad? —el peluche sigue mirando como a través de ella— Sí, debe de ser el gato que anda por allí —añade en tono de confidencia—. Hace siempre lo que le da la gana, no hay forma de que obedezca. ¡Es un caso perdido! —acaba sentenciando. Solícita le ofrece— ¿Le pongo azúcar?
Reordena sobre la mesita los cubiertos amarillos y las servilletas de papel moviéndolas apenas unos milímetros, y suspira.
—Si no te lo tomas se te va a enfriar. ¿O es que no te gusta? —Empieza a mostrarse enfadada—. Podías haberlo dicho antes y me hubiera ahorrado todo el trabajo. Es que no me tienes en cuenta —le grita—. Me paso todo el día trabajando para nada. ¡Pues ahora te lo tomas y punto! —Golpea con su puño sobre la mesa— ¡Oso estúpido!
Se gira al advertir una sombra en el umbral de la puerta. Sonríe al reconocer a su madre.
—Estoy jugando —explica.
La mujer se le acerca y pone en su mejilla un sonoro beso que estalla al romperse el vacío que crearon sus labios.
—Sí, mi amor. —Y se aleja ordenando mentalmente el trabajo que le queda en la cocina para terminar la cena antes de que él llegue.
—¿Quiere unas galletitas? —dice la niña al peluche que permanece rígido.

2 comentarios:

Qué ignorita más bonita dijo...

Me gusta el pequeño relato. Refleja una situación cotidiana muy habitual, y en palabras de la niña se escapa una censura al comportamiento materno. Muy equilibrado el cuento. Muy bien.

P. Conde dijo...

Gracias, Ángeles.Es pequeñito porque iniciamos un juego de hacer relatos de no más de trescientas palabras. Me acostumbré a hacer cositas pequeñas con ese juego. Vale, con ese juego y porque soy un vago.