sábado, 21 de noviembre de 2015

Cimientos de Psicosis




Con el pelo canoso y el traje negro, aquella mujer, sacada de un tiempo pasado en el que los colores no existían, seguía impasible con el bolso en su regazo mientras la funcionaria guardaba los papeles tras echarles un vistazo de aprobación.
—Falta la firma del director para hacerlo oficial… pero ya tiene usted los permisos para la explotación del hotel. Enhorabuena, señora Bates.
—No es más que un parador de carretera —respondió sin que su gesto pétreo cambiase—. Llamarlo de otra forma es arrogancia.
—Sí, bueno —dijo mientras se levantaba dando por terminada la entrevista. La excesiva rigidez de la mujer la ponía nerviosa. Aún así, intentó de nuevo ganarse su simpatía alabando al hijo que había permanecido sentado y en silencio—. Sospecho que este hombrecito tan guapo hará de él un hotel famoso —y acarició el rostro del adolescente que, sintiendo el inicio de una erección, bajó avergonzado la mirada.
—Vamos —ordenó al niño y volvió a convertir la boca cerrada en una arruga ligeramente más pronunciada que las otras que empezaban a notársele en el rostro
Bajaron del taxi junto a las habitaciones a pie de carretera. Caminaron hasta la casa que se dibujaba contra el cielo sobre la loma. Ya en ella aleccionó al joven
—Las mujeres son invitaciones del demonio. Ve a lavarte allí donde te tocó y desecha cualquier pensamiento impuro que tuvieras. Sé que el cuerpo de un hombre es tierra fértil donde crecen los pecados. Pero yo, que soy tu madre, te ayudaré a convertirla en un erial donde ninguna de esas semillas crecerá —y sacó del armario una vara con la reverencia de un objeto de culto.
En cada golpe, a Norman, le nacía un grito que no abandonaba su boca y una oleada calor le bañaba los genitales.

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