jueves, 17 de diciembre de 2015

Desatando pasiones (pandemonio, porfiar, pécora)




No la entendí, el pandemonio en el que se había convertido el bar me lo impidió. Simplemente le dije:
—No.
Ella insistió.
—A cambio me puedes tú invitar a otra en tu casa.
—¿No eres muy joven para ir por ahí ejerciendo de pécora? Algo buscas, ¿sabes que yo podría ser tu padre?
Se acercó a mí lo suficiente como para ponerme nervioso con su olor a juventud, y siguió en su porfía.
—Tengo edad suficiente para beber y hacer lo que quiera sin tener que dar explicaciones. —Llamó al camarero con un gesto y le pidió una recarga para mi copa casi vacía—. No será que me tienes miedo, ¿verdad?
—¿Mujer, y joven? Qué va. He sobrevivido a dos divorcios y a algunas amantes. No confundas la prudencia con el temor.
—Podemos irnos entonces.
—¿Y qué ventaja sacaría yo? —dije— No estoy por la labor de enseñar al que no sabe.
Ella acercó su boca a mi oreja, pensé que diría algo pero solo me sujetó el lóbulo entre dientes y lengua. Un escalofrío quemó mis defensas.
Camino de casa me repetía que no era buena idea, que por un cuerpo como el de la chica un viejo como yo podía hacer muchas idioteces. Ella contaba algo y se reía, yo no la escuchaba, estaba ocupado en mi batalla interior.
—Ahora te enseñaré lo que sé hacer —me dijo empujándome hacia la cama.
Me desabrochó la camisa y subió mis manos hasta el cabecero donde me las ató con un pañuelo. Estaba nerviosa, y era tan inexperta en el amor como haciendo nudos. Al primer envite de su lengua en mi pecho, camino del ombligo, el pañuelo se desató; pero yo…yo ya no quería escapar.

No hay comentarios: