viernes, 25 de febrero de 2011

Fue tan poca cosa




Vivir es complicado y lo será mientras no señalen los límites con claridad: a este lado lo que está bien, al otro lo que está mal. Incluso deberían vallarse las lindes para evitar accidentes. Porque eso ha sido todo: un accidente, una tontería, una sucesión de cosas diminutas.
Íbamos a celebrar el fin de los exámenes con una cena en casa. Ricky y mi novia discutían en el salón de algo intrascendente con la vehemencia del que quiere salvar el mundo. Isa, la novia de Ricky, para no sentirse desplazada o porque quería ayudar, vino a echarme una mano a la cocina. Se puso a fregar los cacharros que invadían el fregadero. Puede que el chorro estuviera juguetón porque le salpicaba a cada momento. Corrí a ponerle un delantal y si la rodeé con mis brazos no fue para otra cosa. Apenas me fijé en las pecas que daban a sus hombros un tono cobrizo, ni olí el aroma de susurros que tenía tras la oreja. Como las manos mojadas la convertían poco menos que en una inválida le di un sorbo de vino de mi copa.
Seguro que fue entonces que el deseo se me escabulló por los ojos y acabó coloreándole las mejillas. Y sucedió que al esbozar aquella sonrisa se le escapó una gota de vino a pulir el brillo de sus labios, y mi alma de alcohólico le ganó la partida a su dedo que detuvo la marcha a medio camino, cuando ya mi boca estaba haciendo su trabajo.
Solo fue un beso, pequeñito, pero ni mi novia ni Ricky, que nos miraban desde la entrada, lo creyeron así, aplicaron la misma vehemencia que en su discusión. De ese modo y en solo un momento, pasé de quemarme en la hoguera de la lujuria al gélido infierno de la soledad.

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