jueves, 14 de julio de 2016

La última vez

Me sucedió después de muerto que un día vino a verme la misma diosa Afrodita. Aunque ya en esa etapa de mi existencia estaba lejos de las pasiones terrenales, tras los años en los que me abandoné a ellas, habían quedado estas tan profundamente grabadas en mi carácter que volvieron a tomar las riendas y me quedé colgado de sus ojos, de su boca, de sus pechos y… de todo su cuerpo.
—Maestro —me acarició con su voz—, en breve se celebrará una cumbre de alto nivel entre todas la divinidades. —Tras las palabras, su aliento se convertía en brisa fresca—. Se busca el consenso entre las religiones para tratar de salvar al ser humano. —Su pelo olía a noches de jazmín —. Y necesitamos, como moderador, a alguien ecuánime, justo, inteligente… por eso hemos pensado en ti. — Yo me afanaba por emborracharme con el olor de su cuerpo que subía y se escapaba por entre el desfiladero de sus pechos —. ¿Aceptas ese honor? —Razón por la cual no había entendido nada de lo que me dijo, pero la respuesta ante semejante belleza no podía ser otra ni darse de otra forma. Tragué saliva y con voz titubeante, respondí:
— Cla… claro que acepto.
Y llegó el día fijado. Desde lo alto del estrado vi en todo su esplendor el caos que se me había anunciado ya en la entrada del edificio, donde a pleno grito Hades insultaba al guardia de la entrada por no dejar entrar a su perro de dos cabezas.
—Las reglas son claras, no se permite la entrada de animales —decía el portero mientras el dios, rojo por la ira como fuego del infierno, utilizaba este argumento:
—¡Pero he visto que acaba de entrar Anubis, y ese no es menos perro que el mío!
Un poco más adelante, en los amplios pasillos que hacían de antesala, Yahvé, con una paloma en el hombro, que me recordó a un desteñido pirata de los de pata de palo y loro hablador, charlaba con Tara, la diosa de la Fertilidad y logré escuchar parte de su conversación —Sí, los hijos son la alegría del hogar, pero también te dan muchos disgustos, el mío no ha venido hoy, está castigado, ni te imaginas lo último que ha hecho…
Odín, con restos de mermelada en el pecho y la nariz como pimiento morrón, fruto seguro de los excesos de su eterno banquete, algo achispado, beodo más bien, gritaba a Satanás para que le imitara y se quitara el casco con cuernos en signo de buena educación; el otro no lograba convencerlo con su explicación de que las suyas, las astas, eran naturales y no mera ortopedia.
Apolo mandaba besos a un montón de enloquecidas musas que le reclamaban con escandalosos gritos de histeria. Manitú arrancaba plumas del cuerpo de Quetzalcoatl, la Serpiente Emplumada, para ampliar su colorido penacho, mientras ésta, con su lengua bífida, intercambiaba chismes con Hera, la esposa de Zeus, cuyo díscolo marido, vestido con una túnica azul eléctrico, flirteaba con una diosa de ébano y le prometía una visita para cuando acabara el acontecimiento. Algunos de los guerreros de Manitú, El Gran Espíritu, en un pasillo lateral del patio de butacas, practicaban el tiro con arco junto a Diana, mientras bebían sin moderación anís El Mono.
Anubis, después de olisquear algunas braguetas se hizo pis en las butacas que rodeaban la suya marcando así su territorio. Vulcano estaba solo, todos le saludaban con un suave gesto de la cabeza y eludían su compañía, por lo visto había venido directamente desde la fragua sin pasar por la ducha. Shiva, lisonjero, hablaba con grandes aspavientos de dos de sus manos, con las otras robaba carteras y disimulaba la acción con caricias agasajadoras. Baco estaba borracho y no se molestaba en ocultarlo, vomitó varias veces y sobre varios invitados. Y todos…todos vociferaban y gritaban.
Yo también gritaba desde el estrado tratando de poner un poquito de orden, pero nadie parecía oírme aunque estuviera a punto de romperme las manos al golpear con fuerza la madera del atril. Bajé con enfado y sin pedir permiso cogí el martillo de Thor, el dios del Trueno, lo dejé caer con fuerza sobre la mesa, con una rabia que no me dejó ver la naturaleza mágica de esa herramienta. El rayo fue grandioso, el estruendo ensordecedor, absolutamente todos se giraron para ver, al disiparse el humo, que mi ropa estaba chamuscada y mi pelo erizado, que el estrado se había partido en dos y sus bordes eran ascuas vivas. Encontré muchos ojos acusadores por lo que, con tono de disculpa, traté de sonar natural.
—Ya saben sus divinidades que soy carpintero, yo lo arreglaré.
En medio del silencio bajé de nuevo las escaleras y le devolví a Thor lo que era suyo. Luego, creyendo firmemente en su significado, como todas las veces que me lo repetí en vida y nunca cumplí, de entre mis dientes apretados y creyendo que era solo para mí, salió de nuevo esta frase:
—(Es la última vez que me dejo embaucar por una cara bonita).

El silencio empezaba poco a poco su transformación en murmullo, pero aún así, se oía clara la risita incrédula de Buda que, desde el centro del patio de butacas, donde ocupaba tres de ellas, me señalaba con su prominente e impúdico ombligo de embarazada salida de cuentas. 

3 comentarios:

alma-amater.blogspot.com dijo...

Ja ja, me he reído un rato, Pedro. Me alegro de que no lo hayas destruido. No solo me gusta por divertido, sino también por el tema mitológico. Una duda: ¿por qué Haces llevaba al perro de dos cabezas, Ortro (imagino), y no al suyo propio, Cerbero, de tres cabezas, y hermano del anterior?
Lo de anís el Mono, buenísimo������

alma-amater.blogspot.com dijo...

Hades, no Haces. El corrector...

P. Conde dijo...

Gracias, Balbi. No me acordaba de que lo había escrito. Tiene muchos años. Es imposible que recuerde por qué escribí esto o aquello. En el caso de las dos cabezas del perro de Hades cabe la posibilidad de que fuera un error o de que sea una muestra de mi ignorancia, porque lo que es seguro es que me refería a Cerbero. Por mantener mi imagen impoluta de errores diría que seguro que fue la primera posibilidad, pero siendo honesto... diré que sí, que fue un error. ¿Cómo no iba a saber yo lo de las tres cabezas de Cerbero? El que tiene dos, como tenemos todos los hombres, es Hades. ¡Ay, Dios!